Gullit en la EURO '88: Se detuvo el tiempo
jueves, 1 de marzo de 2012
Resumen del artículo
El centrocampista holandés llegó exhausto a la cita de Alemania, pero con la ayuda del técnico Rinus Michels, el delantero Marco van Basten y Whitney Houston, logró llevarse el título.
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Ruud Gullit podría haber sucumbido al peso de las expectativas en la Eurocopa de 1988, ante la dificultad de rayar al estratosférico nivel que le llevó a coronarse mejor jugador del mundo. Sin embargo, con la ayuda del seleccionador Rinus Michels, su compañero en ataque Marco van Basten y también de Whitney Houston, consiguió estar a la altura del desafío.
Corría el minuto 32 de la final de Múnich cuando Erwin Koeman, tras un córner despejado, volvió a colgar el balón al área. Marco van Basten estiró el cuello para poner el balón justo en el punto de penalti y, en medio del frenético repliegue soviético, emergió una estrella naranja. Era el momento que Ruud Gullit estaba esperando: saltó, azotó el balón con sus famosas trenzas y lo propulsó con fuerza al fondo de las mallas defendidas por Rinat Dasaev. Empezaba el día más grande de Holanda.
Antes del final del tiempo reglamentario, Van Basten añadió al marcador su gol de volea, una pieza única de orfebrería, y Hans van Breukelen logró parar el disparo de Ihor Belanov para mantener el 2-0. Mientras Gullit conducía a los suyos camino del palco en busca del trofeo, el tiempo pareció detenerse. “Es como estar en una película, como si no estuvieras allí —comentó—. Sabes que levantarás la copa y te vuelves loco. Es como estar flotando. Miras el trofeo y te preguntas si todo eso es verdad... Hay muchas cosas que ya no recuerdo”.
Probablemente en la amnesia tuvo algo que ver la fiesta que siguió a la hazaña, una auténtica explosión de felicidad y alivio. Un ánimo a las antípodas de las sensaciones de dos semanas antes, cuando la derrota 1-0 ante la URSS sumió a los Oranje en el abatimiento: “Lo curioso es que en esa Eurocopa nuestro mejor partido fue el primero, contra la Unión Soviética, y lo perdimos, nos pillaron a la contra. Fue difícil, porque tuvimos la sensación de ser mejores, pero no pudimos demostrarlo. A partir de entonces, no quedaba otra que ganar", recuerda Gullit.
Holanda, ausente de las tres grandes citas internacionales anteriores, no estaba ni mucho menos obligada a la victoria, pero el fútbol neerlandés vivía un glorioso renacimiento. Solo tres semanas antes, también en la Alemania Occidental, Guus Hiddink condujo al PSV Eindhoven a la conquista de la Copa de Europa, pese a perder a su gran estrella el verano anterior en un multimillonario traspaso. Esa estrella siguió los pasos de Van Basten y recaló en el AC Milan, aunque su estreno en Italia poco tuvo que ver con los tímidos inicios de su compatriota. Gullit irrumpió con fuerza en el calcio, si bien el éxito tuvo también sus contrapartidas.
“Tenía mucha presión encima por la gran temporada que venía de hacer. Todo el mundo esperaba lo mismo de mí, pero estaba agotado”, reconoce. En el ataque, el cansancio no pasó factura a Van Basten, al que una lesión de tobillo no permitió disputar más que 11 partidos en la liga conquistada por los rossoneri. Mientras Gullit llegó a la fase final con plomo en las piernas, su socio en el ataque lo hizo con el cuchillo entre los dientes, ávido de fútbol, como descubrirían sus rivales ingleses en el siguiente partido. “Por suerte, Marco estaba en plena forma, fresquísimo. Lo único que tenía que hacer era pasarle la bola deprisa. Contra Inglaterra, le di dos balones y marcó dos goles”, recuerda Gullit.
Con la RFA aguardando en semifinales, Holanda merecía sin duda un pequeño golpe de fortuna. La oranje no había conseguido derrotar a sus grandes rivales en los últimos 32 años, una racha de derrotas marcada a fuego por la final del Mundial de 1974 (también en suelo alemán). Lothar Matthäus y Ronald Koeman anotaron sendos penaltis en la segunda mitad, antes de que Van Basten asestara la estocada final a dos minutos del final, cazando el balón al espacio de Wouters y cruzándolo por bajo al otro palo.
“Derrotar a Alemania en su casa fue increíble: nos sentíamos invencibles" explica Gullit, que pasó gran parte del encuentro tratando de zafarse del marcaje de Ulrich Borowka. "Cuando vimos las imágenes de los telediarios en Holanda tuvimos una extraña sensación: no supimos apreciarlo entonces, pero un par de días después te das cuenta de lo que has conseguido".
La victoria fue tan especial que dio pie incluso a la publicación de un libro de poesía recordando la efeméride, aunque Gullit prefirió celebrarlo de una forma más prosaica. "Organicé una fiesta en una discoteca para los jugadores, sus esposas, periodistas, fans... Y el día antes de la final fuimos a un concierto de Whitney Houston. Increíble, ¿verdad? El día de la final pensamos: hemos ido de fiesta, al concierto de Whitney Houston y ahora hemos venido a llevarnos la copa".
Pero hubo problemas de fatiga. "En la final había recuperado un poco la forma. Había dormido bien, había hecho mucho masaje. Rinus Michels lo sabía y antes de la final me dijo: si vuelves a sentirte bien, puedes volver a tirar las faltas. Eso me ayudó. Y cuando marqué, poco después de que Dasaev me parara un tiro de falta, me sentí muy aliviado. Pero ellos también jugaban bien, tenían un buen equipo, así que fue un partido duro, sobre todo en el centro del campo. Por suerte, conseguimos anotar dos goles increíbles, especialmente el de Van Basten. Eso no te sale ni probando un millón de veces".
Como no podía ser de otra forma, Van Basten tendría la última palabra. Y quién mejor que Gullit, traicionado hoy por la memoria, para conducir a sus compañeros a lo zona noble del Olympiastadion y recoger el primer gran título de Holanda. “Sí me acuerdo de cuando volvimos a Holanda. Subimos al avión y el piloto tuvo la idea de sobrevolar Eindhoven. Entonces empezó a ladear el avión para saludar, así [extiende los brazos y se inclina de un lado a otro]. Al final dije: ¡llévenos a tierra, sanos y salvos, y entonces podremos celebrarlo!”